martes, 27 de abril de 2021

Mashiaj

 Martes 27 de abril de 2021. 

Hoy por la mañana fui a cambiar un producto electrónico adquirido vía internet. Cuando llegué a la dirección me encontré con un negocio amplio, surtido y atendido por dos chicos muy jóvenes ortodoxos. Mientras charlaba con uno de ellos, muy gentil y solícito ante mi reclamo, la conversación se fue derivando a partir de un chiste auto referencial a los estudios del vendedor. El joven me confió que había empezado la carrera de filosofía en la UBA y que luego por el famoso tópico "dequévoyavivirytengoquetrabajaroestudiaralgoparaeso" había dejado a los tres meses. Me comentaba que de alguna forma la filosofía era parte de su vida por estar inmerso en el jasidismo y que siempre había querido poner a dialogar su estudio con el resto de la filosofía. Me comentó que le gustaba mucho la idea de enseñar.

En lugar de llamarme a silencio, decidí arremeter y convencerlo de retomar su vocación señalando que por pandemia la facultad tenía modalidad virtual y aludí a una posible salida laboral en escuelas medias de la cole. El chico me miró asombrado y me preguntó: "¿sos de la cole?" Atiné a responder: "mi madre era judía". La respuesta no se hizo esperar: "Entonces sos judía". Mientras yo me quedaba perpleja ante la certeza de mi interlocutor (soy hija de un matrimonio mixto y nunca mis padres presionaron en ningún sentido) volvió con una alcancía, me tendió gentilmente una moneda de un peso y me dijo: "cuando dos judíos se encuentran tienen que hacer algo bueno por un tercero". Avergonzada por no haber llevado efectivo, manoteé en el fondo de mi cartera una moneda y la introduje junto a la otra en la alcancía. Me miró satisfecho y me despidió diciéndome: "¡Mashiaj!". 

Salí del negocio con una sensación extraña, me resonaba en la cabeza una y otra vez el concepto que si dos se encontraban, había que hacer algo bueno por un tercero. Una y otra vez me sonaba la frase. Una vez en casa, consulté a una amiga que sabe hebreo y lo que me explicó me emocionó todavía más: la palabra de despedida, cuya traducción sería "mesías", "ungido" implica que con cada acto bueno, con cada acto de caridad acercamos la venida del mesías.

En estos tiempos en los que cuesta hacer pie, en esta incertidumbre insufrible que nos impone la pandemia, en la decisión que una vez más he tomado contracorriente, al menos alguien me dejó una certeza, una luz.

jueves, 21 de marzo de 2019

Certezas.

Hoy se cumple un mes de tu partida, es lo único que tengo claro. En estos días han sucedido una serie de acontecimientos que me hubiera gustado contarte para que me aconsejaras, me guiaras, me ayudaras a leer lo ocurrido. Yo sé que vos sabrías muy bien cómo proceder, al menos eso supongo, porque yo francamente no sé muy bien qué se hace cuando gente querida anda con el alma a cuestas. También sé que extendí la mano en busca de ayuda y que me cerraron la puerta en el hocico y que si te dijera quién y cómo, con un dejo de compasiva sorna te hubieras llamado a silencio o me hubieras mirado muy fijo y yo seguramente, habría bajado la cabeza. Me hubiera gustado contarte que encontré otros textos para trabajar el período barroco, rompiendo una vez más la fallida promesa de "yo a estas guías no las modifico más"; también que leyendo una biografía sobre Lope de Vega lagrimeé cuando leí que su hija al fugarse con un noble se le llevó el perro. Qué sé yo. Supongo que me toca a mí ahora aprender de vos y honrar tu memoria tratando de tener un poquito de tu lucidez a la hora de aconsejar, a la hora de escuchar. Supongo.

martes, 26 de abril de 2016

Manía.

  La única vez que viajé a Europa hice el recorrido obligado de todo buen turista dispuesto a devorar en escasos dos meses siglos de historia del arte. Comencé por Inglaterra crucé a Francia, bajé a España y terminé en la tierra de parte de mis ancestros, Italia. Allí participé de tres rituales. En Verona le toqué el seno a la estatua de Julieta, a la espera de la buena suerte; en Roma metí la mano en la boca de la verdad no sin cierto resquemor que me hizo sentir un poco rara y no me privé de arrojar mi moneda en la fontana di Trevi. Todo previsible, todo pautado, todos los lugares comunes del turista bien amaestrado y domesticado en estas cuestiones. Han pasado veintiún años de dicho viaje y no he vuelto a la fecha a Europa y a la distancia debo reconocer que tengo cierta satisfacción al recordar estos pequeños gestos. 
  Curiosamente se me viene a la memoria otro gesto, el que llevaba a cabo mi madre cuando íbamos al cementerio de La Tablada a visitar la tumba de mis abuelos y de otros familiares: limpiar las lápidas, vaciar floreros, reponer flores y a modo de despedida dejar una pequeña piedra o canto apoyado en el monumento del ser querido. Nunca pregunté las razones, creo que me intimidaban las circunstancias que rodeaban a dicho gesto y en mi lógica no era disparatado pensar que esa piedrita era la marca de nuestra visita y de nuestra compañía. Pasaron décadas y yo mantengo el gesto en cualquier cementerio sin distinción de credo y sigo sin preguntar.
 La semana pasada al dirigirme en compañía de una amiga a mi lugar de trabajo develé involuntariamente un gesto, subí con rapidez los escalones de la entrada de la iglesia que está en la esquina y toqué la base de la columna con mi mano derecha. Algo avergonzada ensayé una explicación vinculada a la necesidad en una determinada época de mi vida, un momento de crisis, de encontrar ayuda espiritual. Con un pragmatismo no exento de sorpresa me recordaron mi condición de "no creyente" (¿un ascenso de mi condición de atea?). Sonreí e insistí con el lugar común sentimental del consuelo de un lugar sagrado y de la necesidad de encontrar un apoyo superior en medio de la angustia, más que suficiente para que el desvío del itinerario quedara justificado. 
  A la fecha sigo con el ritual, no niego la raíz de su inicio pero ahora puedo dotarlo de su total sentido: no quería un alivio, no quería apoyarme. Cada vez que paso, subo con agilidad los tres escalones, lo hago a paso vivo y rozo la base con firmeza. Yo quería sostener. Yo quería darme a entender que estaba de pie. Y así fue. Con el paso del tiempo y la lenta superación de la angustia me di cuenta de que seguía haciéndolo, algunos días como una rutina más, otros con alegría, pero seguía. No quiero ni siquiera indagar qué ocurriría si me propusiera abandonar este gesto y esa negativa temerosa me confirma el ritual. 



miércoles, 10 de junio de 2015

Reloj.

Me compré un reloj. Otro más. No es novedad. Siempre me gustaron, analógicos, digitales, a cuerda, a batería. Me atraen los relojes grandes, con malla de metal, bien masculinos si es que esta categoría todavía rige el mundo de estos objetos. No concibo salir sin reloj, no encuentro explicación ni lógica a la tendencia actual que los ha reemplazado por la pantalla del celular. En lo único que he transigido es en el exilio forzado de mi querido despertador Junghans, para conservar la salud mental de mi esposo -que no puede explicarse cómo puedo dormir plácidamente al ritmo de su sonería- y menos aún, cómo no me infarté en todos estos años, con su alarma.
Ahora ha llegado uno nuevo, no me acompaña inseparable como otros en todas mis rutinas, no fue adquirido por estética o capricho (¿o tal vez sí?). Lo compré para acompañar mis rutinas matutinas, para confiarle distancias y tiempos. Lo compré porque según gente que me conoce, este aparatito iba a ser ideal para una personalidad metódica como la mía. 
Hace ya una semana que compartimos las mañanas en el parque Centenario y debo confesar que ha logrado perturbarme y correrme de eje: todo lo anterior se volvió relativo. Desde que llegó, todos los entrenamientos anteriores quedaron relativizados, cuestionados y por qué no, sospechados. 
Mi estupor no pudo ser mayor el primer día: la desazón, la bronca y la tentación de negar lo que la pantalla mostraba cedió el paso a la resignación. Ahora a una semana nos hemos amigado con el paso del tiempo y de la distancia, lo que no es poca cosa. 
Tempus fugit, mulier viator.

viernes, 26 de abril de 2013

Ruinas. Lugares abandonados.

 De un tiempo a esta parte, dos años para tratar de ser precisa, he notado un interés fotográfico y por qué no arqueológico en fotografiar lugares abandonados -fábricas, teatros, oficinas, complejos edilicios- que nos recuerdan proyectos frustrados, migraciones poblacionales, tragedias ecológicas y atómicas (Chernobyl y sus adyacencias). No dejan de ser inquietantes, interesantes y en particular a mí, me resulta sorprendente su supervivencia, su milagrosa conservación, tal vez se deba a que vivo en una ciudad y en un país cuyo patrimonio histórico ha colapsado por el descuido, el pico y la pala y un absurdo afán de modernidad ligado al negocio inmobiliario. 
 No pude menos luego de ver ciertos sitios de internet dedicados a recopilar dichos espacios que parecen congelados en el tiempo, pensar en el tópico barroco de las ruinas y en su reformulación y continuidad en el período romántico. Tendremos que pensar si este hobbie, si este nuevo registro está en sintonía con la idea de destrucción y angustia de la ruina y sus despojos propias del tópico del XVII o nos deja entrever el triunfo de la naturaleza que lentamente se apropia de los restos como en el XIX, tal como insinúa en su ensayo clásico el dr. Mariano Baquero Goyanes.

 Rodrigo Caro 
Poeta sevillano 
1573-1647.

Canción a las ruinas de Itálica

Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa.
Aquí de Cipión la vencedora
colonia fue; por tierra derribado
yace el temido honor de la espantosa
muralla, y lastimosa
reliquia es solamente
de su invencible gente.
Sólo quedan memorias funerales
donde erraron ya sombras de alto ejemplo
este llano fue plaza, allí fue templo;
de todo apenas quedan las señales.
Del gimnasio y las termas regaladas
leves vuelas cenizas desdichadas;
las torres que desprecio al aire fueron
a su gran pesadumbre se rindieron.
Este despedazado anfiteatro,
impío honor de los dioses, cuya afrenta
publica el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh fábula del tiempo, representa
cuánta fue su grandeza y es su estrago!
¿Cómo en el cerco vago
de su desierta arena
el gran pueblo no suena?
¿Dónde, pues fieras hay, está, el desnudo
luchador? ¿Dónde está el atleta fuerte?
Todo desapareció, cambió la suerte
voces alegres en silencio mudo;
más aun el tiempo da en estos despojos
espectáculos fieros a los ojos,
y miran tan confusos lo presente,
que voces de dolor el alma siente,
Aquí nació aquel rayo de la guerra,
gran padre de la patria, honor de España,
pío, felice, triunfador Trajano,
ante quien muda se postró la tierra
que ve del sol la cuna y la que baña
el mar, también vencido, gaditano.
Aquí de Elio Adriano,
de Teodosio divino,
de Silo peregrino,
rodaron de marfil y oro las cunas;
aquí, ya de laurel, ya de jazmines,
coronados los vieron los jardines,
que ahora son zarzales y lagunas.
La casa para el César fabricada
¡ay!, yace de lagartos vil morada;
casas, jardines, césares murieron,
y aun las piedras que de ellos se escribieron.
Fabio, si tú no lloras, pon atenta
la vista en luengas calles destruidas;
mira mármoles y arcos destrozados,
mira estatuas soberbias que violenta
Némesis derribó, yacer tendidas,
y ya en alto silencio sepultados
sus dueños celebrados.
Así a Troya figuro,
así a su antiguo muro,
y a ti, Roma, a quien queda el nombre apenas,
¡oh patria de los dioses y los reyes!
Y a ti, a quien no valieron justas leyes,
fábrica de Minerva, sabia Atenas,
emulación ayer de las edades,
hoy cenizas, hoy vastas soledades,
que no os respetó el hado, no la muerte,
¡ay!, ni por sabia a ti, ni a ti por fuerte.
Mas ¿para qué la mente se derrama
en buscar al dolor nuevo argumento?
Basta ejemplo menor, basta el presente,
que aún se ve el humo aquí, se ve la llama,
aun se oyen llantos hoy, hoy ronco acento;
tal genio o religión fuerza la mente
de la vecina gente,
que refiere admirada
que en la noche callada
una voz triste se oye que llorando,
«Cayó Itálica», dice, y lastimosa,
eco reclama «Itálica» en la hojosa
selva que se le opone, resonando
«Itálica», y el claro nombre oído
de Itálica, renuevan el gemido
mil sombras nobles de su gran ruina:
¡tanto aún la plebe a sentimiento inclina!
Esta corta piedad que, agradecido
huésped, a tus sagrados manes debo,
les do y consagro, Itálica famosa.
Tú, si llorosa don han admitido
las ingratas cenizas, de que llevo
dulce noticia asaz, si lastimosa,
permíteme, piadosa
usura a tierno llanto,
que vea el cuerpo santo
de Geroncio, tu mártir y prelado.
Muestra de su sepulcro algunas señas,
y cavaré con lágrimas las peñas
que ocultan su sarcófago sagrado;
pero mal pido el único consuelo
de todo el bien que airado quitó el cielo
¡Goza en las tuyas sus reliquias bellas
para envidia del mundo y sus estrellas!

viernes, 29 de junio de 2012

¿Hurón por caniche toy?

 Los muros de facebook ajenos suelen deparar sorpresas (dependiendo del ingenio y del humor de nuestros contactos), pero nada me arrancó tamaña carcajada como lo que me encontré esta mañana en el de un amigo virtual:



  El videíto que antecede me exime de explicar cómo se generó la estafa y cómo una vez más podemos afirmar que el ingenio popular nunca descansa. Sin embargo, más allá de lo gracioso, de lo extraño y de lo tragicómico de la situación me acordé del género de la leyenda urbana o urban legend, que a grosso modo se define como un relato que pertenece al folclore contemporáneo. A veces contiene elementos inverosímiles o fantásticos y se presenta como una historia que registra supuestos hechos reales sucedidos en la actualidad. Se transmite por correo electrónico, de boca en boca y como vemos en este caso llega a los medios de comunicación masiva. 
  Otro rasgo interesante es que siempre le ha sucedido a alguien conocido, siempre es una "experiencia mediada", es decir, el narrador afirma que a él no le ocurrió pero sí a un conocido, a un pariente, a un amigo o a alguien de su círculo cercano. 
 De cierta forma el elemento didáctico moralizante está presente en estas historias, en nuestro caso, volvemos sobre la condena hipócrita que pesa sobre La Salada y su comercio de marcas apócrifas ... pero los muchachos parecen haber llegado un cachitín lejos.
  Nuestro hurón-toy está en intertexto con la leyenda del perro rata ¿interesante no?
 Para cerrar les dejo un texto sumamente ilustrativo de la doctora María Inés Palleiro en el que cruza diferentes tradiciones como la de la dama del lago y nuestro querido y esquivo Nahuelito, les recomiendo que no se lo pierdan:

sábado, 23 de junio de 2012

El Morrosko de Olivares.


  Ayer tuve el gusto de hojear el maravilloso volumen que se imprimiera como resultado de la exposición destinada a homenajear a don Luis de Góngora, La estrella inextinguible: magnitud estética y universo contemporáneo. Amén de quedar impactada por la calidad de los contenidos del libro, de las diversas instancias abarcadas en el homenaje, no pude menos que detenerme en el cuarto apartado en el que se reunían bajo el título "La galaxia de Góngora en el siglo XX", las revisiones contemporáneas, los homenajes, las relecturas hechas en Europa, América cuyo abanico recorre a la Generación del 27, a Lezama Lima, a Jorge Luis Borges y también llega a las manifestaciones pictóricas y escultóricas que se enlazan con el imaginario estético y las circunstancias históricas en el que se desarrolló su espléndida obra. Dejo el link para quienes deseen detenerse más detalladamente en las actividades desarrolladas el 30 de mayo pasado: 


  En mi lectura en diagonal, en el afán de abarcar tamaño volumen y de zambullirme en la maravillosa carta en la que don Luis denuncia a un inquisidor, una escultura concitó mi inmediata atención. El conde duque de Olivares, provisto de unos guantes de boxeo aparecía ante mi mirada incrédula. ¡¡Barroco y boxeo!! Deslumbrada por el hallazgo no pude menos que tomar nota del nombre de la obra, de sus autores y el año de aparición: el Morrosko de Olivares, equipo Crónica, circa 1970. 
  El conde duque fue una figura que a mí particularmente siempre me atrapó, a tal punto, que compré la biografía espléndida escrita por el historiador e hispanista inglés John H. Elliot y la transité deslumbrada durante las vacaciones de verano. Figura controvertida, valido de Felipe IV, cuyos intentos reformistas tendientes a frenar la venalidad y corrupción cortesanas instaladas, chocaran con la resistencia de los nobles desplazados y terminaron apagando su estrella política.
 ¿Qué o quién fue Morrosko? Fue un boxeador español, José Manuel Urtain, apodado el Morrosko de Cestona, cuyo apogeo se diera en los primeros años de 1970 al lograr 28 triunfos por k.o. consecutivos y que luego empezara un lento e inexorable declinar que terminaría con su vida. Aprovecho de paso para recomendar calurosamente el blog de boxeo al que remite el nombre del púgil. Una verdadera joya.


  Por último, el equipo Crónica, grupo de nueve artistas que formado en 1964, rápidamente se viera reducido a Rafael Solbes y Manolo Valdés y que se mantuviera así hasta la muerte del primero en 1981. Este colectivo artístico cuya impronta figurativa es innegable como así también con la relación con el arte pop (recomiendo buscar "Las meninas o la salita" de 1970) contiene un innegable gesto paródico, de ironia y de humor, tal como nos lo deja ver el conde duque luciendo sus guantes profesionales.


  La apropiación de las tradiciones académicas y el cruce con la cultura popular los vuelve atractivos para mí y me lleva a mirar con cierta melancolía al púgil valido o a pensar en José Manuel ... o en el gesto confrontativo de esta obra que no deja de meterse con el panteón franquista, con la biografía psicólogica de Marañón ... O en el inevitable atractivo que genera en todos la tragedia del púgil decadente que insiste una y otra vez en subirse al ring.